miércoles, 19 de agosto de 2020

¿Aprender haciendo o desaprender rehaciendo?

Aquella teoría que no encuentre aplicación práctica en la vida, es una acrobacia del pensamiento.

-Swami Vivekananda-


La práctica es un maestro excepcional.

-Plinio el Joven-




John Dewey (1938) y David Kolb (1984) definen al aprendizaje experiencial como:

 la participación estratégica y activa de los estudiantes en contextos en los que aprenden haciendo y reflexionando sobre esas actividades, lo que los faculta para aplicar sus conocimientos teóricos a los proyectos prácticos en una multitud de configuraciones dentro y fuera del aula.

Según se ha visto en campos como la ciencia o el arte, en la experimentación se generan conocimientos más profundos que en la aprehensión puramente teórica, además de favorecer la creatividad, el espíritu crítico y la motivación.

Mariano Sigman, neurocientífico, explica en el video con el que inicia este post que, si bien las personas llegan a límites de aprendizaje, estos límites no son insalvables, podemos seguir aprendiendo, en cualquier campo en el que nos lo propongamos y además, podemos seguir mejorando lo que ya aprendimos.

Aprender haciendo o Learning By Doing es un tipo de aprendizaje caracterizado por encontrarse en el corazón de muchos sistemas tales como el Aprendizaje Basado en Proyectos y en Problemas, la tan mentada cultura maker o la Clase al revés.
Básicamente, se parte de una situación, una pregunta o un problema que conmina al estudiantes a adquirir ciertos conocimientos y destrezas y ejercitarlos inmediatamente para proporcionar una respuesta a dicho problema, a la vez que se este nuevo conocimiento se vuelve parte de ellos mismos, como seres humanos.

Pero esto es más o menos dejar de aprender tal como lo venimos haciendo (desde la escuela y el colegio o en nuestro propio entorno inmediato, desde que somos niños). En cierta forma, el limitante para que muchos de nosotros, además de seres humanos funcionales, en una sociedad, nos convirtamos en seres curiosos, desinhibidos y con una amplitud de pensamiento, parte de la premisa de que si no sabes hacerlo, no has estudiado muchísimo o simplemente "no tienes el don" para ello es mejor que ni lo intentes. Tal como nos cuenta Sigman, hay una creencia casi tácita entre docentes y alumnos de que hay cosas para lo que somos buenos y no, y a partir de esa idea, la gran mayoría de veces ni siquiera experimentamos o practicamos otras actividades que las que no nos hayan dicho que nos favorecen o se nos dan mejor. Entonces, nos negamos inconscientemente a poner en práctica lo que aprendemos si no es detrás de una evaluación, un ejercicio en clase o una tarea. 

Pongamos el ejemplo de la vieja fábula de Robinson Crusoe, un náufrago que se queda solo en una isla. En esta historia y tal como la interpreta magistralmente Tom Hanks, sería imposible para alguien que no haya estudiado tácticas de supervivencia o, por decirlo de alguna manera, alguien que no haya sido "un buen boy scout", durante buena parte de su vida, sobrevivir a esta odisea. Pues la moraleja, por el contrario, termina siendo la de que cada día puede convertirse en un continuo ejercicio de aprendizaje, eso sí nunca exento de ensayos, errores, fracasos y frustración.  Como la vida misma. El náufrago sobrevive haciendo y no solo sobrevive, sino que dentro de sí mismo se opera una revolución que destruye y reforma sus creencias, valores y anhelos. Al final, nunca será el mismo.

 

Romper, de esta manera, con las estructuras tradicionales de enseñanza, también implica el dejar de sentir vergüenza ante el error o cuestionarse el seguir intentando algo, tras una serie de fracasos o experimentar aprehensión ante la posibilidad de hacer algo, por nosotros mismos, sin la guía de un docente.
Si sembramos la filosofía, en nuestros estudiantes, de que el conocimiento se genera de manera práctica e ininterrumpida, en cada momento y acto de nuestras vidas, entenderán que no únicamente se circunscribe a un aula o al espacio virtual, sino que esencialmente ayuda a enfrentarse a retos, tanto individuales o de comunidad, incitando a que cada uno encienda, como la pira del náufrago, su otrora adormilado instinto por aprender, su curiosidad, su afán por superarse, su creatividad, en fin, su propia identidad. 

Trabajar asignaturas y actividades usando teléfonos, computadoras y tecnología está muy bien, pero también se agradece el sacar al estudiante fuera de sus zona de confort, ponerlo en situaciones en las que tenga que echar mano de su ingenio y ejercite habilidades físicas, manuales, de raciocinio e incluso emocionales. El conocimiento es holístico y debe entenderse como un continuo cruce de disciplinas y saberes. 

Resolver problemas matemáticos o de lógica, dibujar, colorear, pintar, aprender con música, crear, investigar, resumir, leer, escribir cuentos, poemas, ensayos, artículos, hablar en público o exponer ideas de manera precisa, representar un rol en una charada, utilizar un mapa, un GPS o interpretar un código secreto, tallar, recortar, bailar, sincronizarse en una coreografía, experimentar con materiales que podemos encontrar en nuestra cocina, manipular aparatos y descubrir cómo usar aplicaciones, hacer vídeos, ordenar elementos de un rompecabezas, etc., etc., etc. son destrezas que no están alejadas entre ellas y que no deberían estar alejadas o que deberían estar implícitas en sílabos y sistemas de enseñanza, porque la búsqueda de un estudiante modelo, también demanda la búsqueda de un ser humano curioso, espontáneo y sobre todo, práctico que obtenga su conocimiento haciendo, jugando, echando a perder, divirtiéndose.

Porque finalmente cualquiera que nunca pierda el asombro al hacer cualquier actividad, jamás dejará de conocer y conocerse.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario